Decidió ella descalzarse, al subir su temperatura corporal como
consecuencia del nerviosismo producido por el despegue del avión en que
se encontraba. Sintió un alivio al concentrarse en el sentido del tacto de
cada uno de los dedos de sus pies rozando el suelo, el aire fresco que
acariciaba el empeine… – ¿Algún refresco, señorita? – No, gracias – dijo ella
sin pensar. Lo único que deseaba era seguir sintiendo. Y volvió su mente a
la zona más baja de su cuerpo, comenzando a recorrer el suelo con cada
uno de los dedos de sus pies mientras contemplaba las nubes en el
horizonte. Comenzó a pensar en la dulzura de una caricia, y ese fuerte
deseo animó a su imaginación, que jugando liberó la visión de unos labios
carnosos posándose en su cuello con un beso cálido y sutil. El vello de sus
brazos se erizó y su boca se abrió ligeramente, expirando un placer exótico.
Cerró los ojos mientras seguía sintiendo la textura de ese mágico suelo que
le mostraba sus deseos hasta encontrarse… conmigo.
Sorprendido, noté como esos suaves dedos que se habían encontrado con
mis pies descalzos, se retiraban asustados por nuestro inesperado
encuentro. Sin darle la menor importancia, yo volví a mi libro. Pocos
segundos después ahí estaban; esos dedos volvieron a mí, que confundido
sentí una delicada caricia recorriendo lentamente el dorso de uno de mis
pies. Y rápidamente se retiraron.
Eso… claramente ha sido una caricia – pensé yo – y curioso me asomé entre
los asientos que tenía al frente, queriendo saber quien era la responsable.
Descubrí su pelo, un pelo largo y oscuro que caía ondulado sobre un fino
cuello de piel morena y tropical que parecía invitarme a bailar. Pero ella no
se volvía. Miré a través de la ventana, disolviéndome en la belleza de las
nubes, que esponjosas flotaban adornando el cielo azul. La música de piano
sonaba en mis cascos, y pensé mirando al horizonte que la vida es efímera
y en lo mucho que me gusta aprovechar los momentos y dejarme llevar.
Pensé también que Debussy había compuesto para mí, para este momento.
Con calma cerré los ojos y me dispuse a hacer algo que siempre me ha
entusiasmado: explorar.
Con cuidado dejé que mis pies avanzaran, mi corazón comenzó a latir muy
deprisa, viendo que el recorrido parecía infinito. Mil pensamientos
recorrieron mi mente en un segundo, y pensé que su caricia igual había
sido imaginación mía… pero ya era tarde. El dedo gordo de mi pie tocó
torpemente su talón de aquiles. “Ya no hay vuelta atrás” – me dije – y con
valentía dejé que mis dedos bajaran, rozando una piel tan suave como el
terciopelo. Parecía que el corazón se me fuera a salir del pecho, y sentí
vergüenza pensando en cómo se sentiría ella si la caricia que yo sentí nohabía sido intencionada. Ya había resuelto retirarme cuando de pronto sentí otro pie rozando el mío, en contacto con el de ella. Qué alivio el mío cuando descubrí su pie izquierdo acariciando con dulzura mi pie aventurero. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, llegándome a la nuca mientras la música crecía, demostrándome lo místico de esta experiencia. Yo no sabía quien era, y mientras sentía su tacto jugando con mi piel, pensé en qué momento podría haber visto su cara. Recordé mi yo pasado entrando al avión distraído con la música y los pensamientos y supe que no la habría visto.
“Qué situación” – pensé mirando hacia ese futuro en que al mirarle a sus
ojos supiese si me interesaba. – “Igual me decepciono”, “ella debe saber
quién soy”, me dijo mi siguiente pensamiento, que consolador me animó a
volver a mirar entre los asientos… “y si me ha visto y se ha atrevido a
acariciarme, bien sabe que conecta conmigo”…y vi su mano. Sus dedos de
apoyaban con gracia en el reposa brazos, sus formas y su piel me dijeron
que era joven, la forma corta de sus uñas me habló de desenfado y alegría,
pero tan bien perfiladas también me dijeron que ella se cuidaba. Sus pies
acariciándome me aseguraban que era valiente, que era sensible, que era
soñadora y apasionada. Y sentía su cálida energía conectando con la mía,
susurrando un “sí” cargado de erotismo. Sin dudarlo avancé ese pie que
había dejado atrás para recorrer las formas de esos pies que deseaba. Toda
mi atención fue directamente a esa acción, poniendo todo el cuidado
posible en acariciarla transmitiendo el océano de sentimientos que me
estaban desbordando. Aún con todo, mis movimientos me parecían
ridículos en comparación con los de ella, que con sus pies saltaba divertida,
bailaba y besaba entretenida.
Jugando, atrapé entre mis pies uno de los suyos, y tirando consiguió ella
deshacerse de mí. Me golpeó con gracia un pie, para después ser ella quien
atrapase uno de los míos. Una sonrisa se dibujó en mi cara, mientras
pensaba cómo podía ser la suya, grande y reluciente en esa tez morena, una
sonrisa a la que no puede evitarse mirar sin sonreír también. Con esa alegre
imagen decidí reclinarme hacia delante, alzar mis manos sobre el asiento y
con mucho cuidado rozar con una de ellas su pelo, dejándola caer
suavemente sobre su hombro y trazando un semicírculo antes de retirarla
hacia arriba y dejarla apoyada en su cabecero mientras sentía su caricia
más dulce en uno de mis pies. Sorprendido noté en mi mano la suya, que
arqueada se posó en la mía y sin moverse sentí su intención de
transmitirme su energía. Una maravillosa calma se apoderó de mí, y sentí
un tremendo deseo de abrazarla con todo mi ser, de transmitirle esos
sentimientos que parecían tan incoherentes dada la brevedad de nuestra fugaz relación.
Deslicé mi mano para, junto a la otra, llevarlas hacia su pelo y acariciarlo,
masajeando su cabeza por detrás de sus orejas. El tacto de su pelo y de su
piel me hacía sentir que el masaje lo recibía yo en cada uno de mis dedos, y
la energía que su cuerpo emanaba me mantenía con los ojos cerrados y el
vello erizado. Me preguntaba cuánto tiempo deseaba mantenerme en esa
feliz incertidumbre y si lo mejor sería alargarlo hasta que el vuelo llegase a
nuestro mutuo destino… pero sentía tal atracción hacia ella que el deseo de
me hacía irresistible. Quería mirarla a los ojos y que estos me hablaran, a
través de ellos conocer lo más profundo de su alma.
Los asientos a su lado estaban vacíos, al igual que ocurría con los míos.
Decidido, deslicé mis dedos por su pelo hacia su hombro, y recorriéndolo
lo dejé volar, tratando de mostrarle que algo nuevo iba a ocurrir. Con el
mismo gesto mis pies desaparecieron. Sin pensármelo dos veces, me
levanté, la música seguía en mis oídos y no quise desprenderme de ella, mi
intención no era intercambiar palabras. Salí al pasillo y pasando a su fila
me acerqué a ella para sentarme a su lado. Ella sabía que era yo, pero
miraba hacia el frente, al igual que lo hice yo cuando me hube sentado. Los
dos teníamos nuestros cuerpos bien estáticos, yo solo intuía su perfil, unos
rasgos muy exóticos de algún lugar lejano al que me vio nacer. Fue ella
quien dio el paso, girando su cabeza para observarme, y la mantuvo así,
girada mientras me observaba con atención. Yo sonreía y mis ojos de
achinaban, moría de ganas de mirarla, y si no lo hacía era por alargar ese
irrepetible instante tan lleno de intriga y emoción.
Incapaz de contener los músculos de mi cuello, que no estaban dispuestos a
acatar órdenes, giré la cabeza. Mi cara entera se iluminó y sentí una
explosión en todo mi cuerpo cuando pude al fin ver sus ojos, llenos de
pureza y bondad. No había una sonrisa en su cara, había una boca
entreabierta por la curiosidad y la fuerza del momento. Jamás pensé que
una piel tan oscura pudiera sonrojarse, pero así era, ella sonrojada me
miraba y no movía un solo músculo… aún así me contaba un millón de
historias en un instante con el brillo de su mirada.
¿Durante cuanto tiempo puedes mantener la mirada de alguien a quien
acabas de conocer? Los segundos pasaban y yo me perdía cada vez más en
sus ojos tan llenos de vida y pasión, incapaz de desconectarme de esa
fuente tan grande de información. Ella me daba acceso a sus recuerdos, a
sus pensamientos y sus deseos, y yo no sentía intranquilidad alguna al
contemplarla tan atentamente. Ella apenas parpadeaba y yo sabía que mis
sentimientos estaban siendo también revelados, y me gustaba.
Sin apartar la mirada de sus ojos, observaba también sus facciones. Sus
rasgos me daban pistas sobre una bella mezcla de sangres y genéticas de
lugares muy distantes. Sus ojos, a la vez que rasgados por su sangre
asiática, estaban bien abiertos, dejando ver bien su iris verde y miel. No, no
iba a desviarme de sus ojos, pero entrever sus carnosos labios me comenzó
a distraer, conmovido por la atracción. Sus ojos se entrecerraron sensuales,
dándome un claro mensaje: ella me deseaba.
Vibrando de ganas de tocarla, me armé de fuerza para seguir estático y
demostrarle así la importancia que le daba al momento, y me sentía bien
contemplándola, su exótica belleza conseguía desbordar coloridos ríos de
dopamina en mi cerebro y la sangre fluía descontrolada. Mis ojos, rebeldes
se desviaron hacia su boca, que seguía entreabierta mientras ella me
miraba. Pensé que eran los labios más sensuales que jamás había visto, y
me estaban susurrando sin palabras que me acercara. Y lo hice, permití que
mi mano se alzara para alcanzar con las yemas de mis dedos su mejilla… y
dejar que mi dedo pulgar cayera por sus labios, que percibí cálidos, suaves
y húmedos, exactamente como imaginé al contemplarlos. Ella cerró los ojos
suavemente y sus párpados vibraron de placer. Retiré mi mano y la apoyé
en el reposabrazos.
Su mirada era espiritual, estaba cargada de electricidad, de magia. Se
mordió su tierno labio con suavidad, y movió su mano encima de la mía.
Volviendo a perderme en su mirada, notaba como su pecho subía y bajaba
agitado, como su respiración se había acelerado fruto de la emoción. Y me
devoró con la mirada, entornando los ojos y cerrándolos mientras subía el
mentón e inspiraba profundamente. Los dos ardíamos en deseo y hacía
tiempo que solo existíamos nosotros en nuestro avión.
Me aproximé a ella con velocidad aprovechando la posición de sus
párpados cerrados por placer. Frené a pocos centímetros de su cara,
situando la mía a la misma altura de sus ojos, su perfecta nariz, su boca… y
abrió ella los ojos sin sorprenderse. Su mirada era curiosa, jovial y
receptiva. Cerré yo los ojos, rodeando con mis manos su cabeza por detrás,
y apoyé mi frente en la suya. Nuestras narices rozaban y sentía el tacto su
piel suave y cálida. Sus manos se apoyaron en mis hombros, y así
permanecimos. Sentíamos la energía del otro y alargábamos ese instante
que siempre permanecería en nuestra memoria.
La temperatura ligeramente fría del avión convertía el contacto físico en un
placer aún mayor al sentir su calor. Abrí mis ojos, viendo como de los
suyos, vidriosos, una lágrima amenazaba con resbalar. Sus ojos eran un
espejo que mostraba la emoción que yo mismo sentía. Me conmoví. ¿Cómo
era posible una conexión tan intensa? Sabía poco sobre ella y al mismo
tiempo lo sabía todo. Sobraban las palabras, y por ello permanecía yo con
mis cascos puestos y el piano sonando como si fueran sus cuerdas vocales.
Al ver sus ojos los míos se encharcaron, y la abracé. La abracé con fuerza,
con todo mi corazón en ese acto, en ese instante. Ella hizo lo mismo
conmigo, y nuestros brazos se deslizaban apretando nuestros cuerpos,
palpándolos, sintiéndolos. Dábamos y recibíamos los dos un masaje de
sentimientos, tan aparentemente incoherentes y al mismo tiempo tan
intensos y reales.
Poco a poco fuimos soltando nuestro abrazo y nuestras mejillas rozaron
volviendo a nuestra posición inicial. A pocos centímetros estábamos, y con
los ojos abiertos, igual que los suyos, me acerqué mirando a su boca para
volver a quedarme quieto, con una sonrisa mirando de vuelta a sus ojos
buscando una confirmación. Ella cerró los ojos concediendo y acercándose
a mí con sus labios húmedos, yo humedecí los míos con un rápido gesto de
mi lengua. Nuestras respiraciones se congelaron, al igual lo hizo el
universo. Jamás había probado unos labios como los suyos, que sabían a
colores y a melodías, que apasionados se fundían con los míos desvelando
todo su fuego interno. Besaba lento, besaba amando y sintiendo. Nuestras
mentes viajaban en paralelo mientras el cuerpo eran solo labios. Perdido en
la infinitud del beso, recordé que tenía un cuerpo, y lo usé para acariciar su
pelo, su maravillosa piel… ella hizo lo mismo conmigo. Así nos fundimos
en el mejor de los viajes, saliendo fuera de nuestros cuerpos. Ya no había
físico, ya no había asientos ni avión, éramos dos almas danzando felices y
unidas a través del cosmos.
Así permanecimos, el tiempo desapareció y no soy consciente de los
minutos que pasamos en ese lugar, pero se lo que nos hizo volver a la
“realidad”. Un aviso indicaba que nuestro avión estaba próximo a
aterrizar. Cuando miré a los ojos supe bien que ella había venido conmigo
a esa dimensión, que habíamos compartido el viaje a lo desconocido. Vi su
alma asomarse a través de su mirada y me di cuenta de que ya la conocía.
Ese beso nos había transportado a través de lo que parecían varias vidas, y
yo daba gracias por aquel regalo. Sonriendo, cogí mis cascos y los coloqué
con cuidado sobre sus orejas mientras “Deux Arabesques” sonaba,
confirmando que la magia existe. Los dos llorábamos emocionados, los ojos
sonreían, nuestros cuerpos parecían levitar. Levantó ella uno de los cascos,
invitándome a colocar mi cara pegada a la suya, para dejar caer la música
sobre mi oreja, y nos dejamos llevar por la melodía mientras nuestras
manos se movían acariciando las manos del otro, las muñecas, los brazos…
y en ese maremágnum de sensaciones descendimos hasta aterrizar.