India, cuna del yoga y lugar de peregrinación para los yoguis del mundo entero. Fue en mi segundo viaje en solitario por India cuando tuve la suerte de encontrarme con una yogui (practicante de yoga) que me aconsejó acudir a un ashram para aprender su disciplina. Teniendo tiempo y muchas ganas de experimentar, decidí probar en uno de los más reconocidos a nivel mundial: el ashram Sivananda en Madurai.
Fue uno de los discípulos del maestro Sivananda quien fundó estos centros en India y más adelante en otros lugares como París o Londres. En ellos uno está totalmente dedicado a cultivar el cuerpo y la mente mediante una sana rutina diseñada para este propósito. Sus cinco principios: “Proper exercise, proper breathing, proper relaxation, proper diet, positive thinking and meditation”. ¿Suena bien, eh? El cambio que supusieron los ocho días que pasé en este lugar aún tiene un gran efecto en mi habiendo pasado casi un año.
Llegué temprano por la mañana un día cualquiera y me encontré con un lugar rodeado de frondosa selva poblada por monos. Los jardines del lugar estaban perfectamente cuidados y se respiraba un aire puro disfrutando de los sonidos de los pájaros y la naturaleza. Me encontré con una pareja de israelitas, que me ofrecieron un té y me enseñaron la habitación compartida donde dormiría. Me explicaron después cual sería la rutina durante los días que decidiera quedarme en el lugar, rutina que comencé al día siguiente:
Me levanté antes del amanecer después de un maravilloso sueño para dedicar un cuarto de hora a la meditación. La sensación tan positiva de meditar junto a otras personas en un espacio al aire libre rodeado de selva podría llevarme días describirla. A continuación empezamos a cantar y recitar mantras, otro tipo de meditación que carga a uno de energía y produce muy buenas sensaciones. Después de tomar un té, nos preparamos para la que sería mi primera clase de yoga siguiendo el método Sivananda.
Habiendo hecho algo de yoga previamente, tenía algunas nociones del tipo de Asanas (posturas) que haríamos, sin embargo no era aún consciente de lo mucho que podía evolucionar con su práctica diaria durante varios días seguidos. En esta primera clase noté mi cuerpo demasiado rígido e inestable y percibí la diferencia que había con los monitores y algunos de los yoguis que me acompañaban. Su elasticidad, equilibrio y expresión serena me enseñaron lo mucho que podía ganar con constancia, y por ello decidí quedarme en este lugar durante más de una semana.
La clase de dos horas consigue abrirte mucho el apetito, por tanto al terminar nos movemos directamente a la sala donde se come, por supuesto comida vegetariana, sin prácticamente grasa y donde se evitan un buen número de alimentos para favorecer la digestión y mantener el cuerpo sano y en forma. Se nota que la comida está preparada con mucho cariño y su sabor es excelente. Uno come en el suelo, en silencio y usando las manos en lugar de cubiertos (una práctica muy extendida en India), permaneciendo presente durante la comida y perdiéndose en el mar de sabores. Algunos voluntarios pasan con los cazos donde llevan más alimentos y uno puede repetir hasta la saciedad.
Disponemos de media hora de descanso antes de hacer un sano ejercicio: ayudar. Se le asigna a cada cual una tarea (normalmente de limpieza) que debe realizar durante una hora. Independientemente de quien seas, el dinero que tengas y cual sea tu trabajo te tocará coger la escoba y la fregona. La igualdad de condiciones de todo el que entra en uno de estos lugares crea una agradable armonía que promueve el bienestar de los asistentes y la conexión entre los mismos.
Con las pilas cargadas y después de un té nos preparamos para nuestra segunda sesión de yoga. El primer cuarto de hora se dedica a la respiración Pranayama. Esta técnica de respiración practicada a lo largo del tiempo conlleva un grandísimo número de beneficios para la salud y nos enseña a respirar en nuestro día a día, cosa que la mayor parte de la gente no sabe hacer. De forma inmediata nos da más fuerzas para realizar la actividad física que viene a continuación. En esta segunda sesión fui ya capaz de percibir como mi cuerpo se estiraba cada vez más y se hacía más ágil. La sensación de paz y armonía crecía y a mi me costaba dar crédito del avance en menos de una jornada completa. Al terminar nuestros ejercicios dedicamos un tiempo a la relajación y meditación.
El apetito vuelve a abrirse y disfrutamos de otra magnífica cena. Disponemos después de una hora en la que activan la conexión a internet. Conseguí caer en la cuenta de que una hora al día de conexión es más que suficiente para comunicarme con quien realmente quiero y mandar los correos de trabajo que tenía pendientes. Consideré esta parte de mi rutina tan terapéutica que la he seguido practicando durante varias temporadas de mi vida. No necesitamos estar continuamente conectados y mirar de forma continua las notificaciones de nuestros teléfonos me parece tremendamente antinatural e insano.
Después de recitar unos mantras y dedicar algo más de tiempo a la meditación, estamos listos para descansar. Ni que decir tiene, desde que entré en el ashram hasta que salí tuve de los mejores descansos de mi vida.
Una semana más tarde, habiendo practicado esta misma rutina de forma continua, mi mente funcionaba mejor que nunca. Me sentía inspirado, tenía ganas de crear, de escribir, de transmitir amor a la gente más cercana y a la más lejana también. Había perdido peso. Mi cuerpo estaba mejor proporcionado, tenía más elasticidad, más equilibrio físico y mental, mejor conexión con mi cuerpo y más fuerza. Me sentía sano, depurado, feliz. Había aprendido toda la rutina de yoga de memoria y podía seguir practicándola a diario, pues no necesitaba más que una esterilla, un pequeño espacio y mi propio cuerpo.
A día de hoy, un año más tarde, sigo practicando yoga con mucha frecuencia dada su grandísima cantidad de beneficios y se lo recomendaría a cualquier persona, especialmente a aquellas que sufren de ansiedad, depresión o stress; patología que lamentablemente están demasiado extendidas en este caótico mundo contemporáneo. Como bien sabréis, hay muchísimas variantes para todo tipo de condiciones físicas y edades. El yoga se ha extendido por casi todo el planeta. Siendo así, si me estás leyendo este es mi consejo; pruébalo durante un tiempo y valora, y si tienes unos cuantos días libres haz el experimento en un ashram. Dudo mucho que te arrepientas. Namaste.